RODRIGO TOBAR: LAS VARIAS VIDAS DEL ÁGUILA

Junio 03, 2017

Acabo de llegar de un concierto de Rodrigo Tobar, y me he venido con la sensación irreal del que cree haber vivido varias vidas.

En una de ellas, he llegado con ayuda de la casualidad a un concierto en un pueblo perdido de Alemania (uno vecino al nuestro) y he descubierto parte de mi verdadero pasado con la música allí ofrecida.

A Rodrigo Tobar, chileno de La Ligua –región de Valparaíso-, lo conocí allá a finales de los ochenta, ambos recién llegados a Alemania.

Él había pasado por  Colonia en una gira con su grupo Ortiga de entonces y había terminado quedándose -como yo- en esta ciudad.

(La región donde vivimos no pertenece oficialmente a Colonia, pero, ¿qué importan los límites oficiales ante la potencia de la geografía cardíaca?)

Como me ha sucedido con casi todos los chilenos que he conocido acá en Alemania –soy peruano-, la sintonía fue inmediata.

-¡Águila! –me saludó, bautizándome con extrema simpatía, una tarde de hace más de veinte años; ya no sé por qué, aunque algo creo recordar de un horóscopo.

(Ya que estamos en la era de la Red, googleo la palabra ‘águila’ y la asocio a ‘horóscopo’.

El resultado me deja asombrado. Al final, río como quien, tras creer haberse encontrado con su doble en la calle, se da cuenta de que solo ha estado mirando su imagen en un espejo.)

Después lo perdí de vista durante muchos años.

Lo volví a ver en uno de sus conciertos hace unos diez años, pero no me atreví a molestarlo al final del mismo.

(Soy de los que, por vergüenza infinita, cometen el error de no felicitar a los músicos después de su actuación.)

Hace un año y medio me lo encontré en el supermercado de un pueblo vecino. (Él utiliza el lindo nombre de aldea para definir a las pequeñas localidades de esta región semirrural de las cercanías de Colonia).

-¡Águila! –escuché a mis espaldas.

No lo había visto durante largos veinte años (salvo la vez que asistí al concierto que menciono y lo vi de lejos), pero supe enseguida de quién se trataba.

Siempre existe en nuestras vidas una persona que nos llama de una forma que solo ella conoce y utiliza, y que nos permite distinguirla de todas las demás.

-¡Águila! –le respondí el saludo, como esa primera vez de finales de los ochenta a la salida del comedor universitario colonés.

Rodrigo llevaba entonces el cabello como yo mismo lo había llevado un par de años atrás: la moda ya caduca del african look de los setenta, más al estilo Roberto Carlos tal vez.

(Eran las exigencias de aquellas épocas, así como hoy nadie parece ser alguien si no tiene su perfil en Facebook.)

(Yo no lo tengo. Es decir, soy nadie.)

Me costó un instante reconocerlo.

La melena seguía allí, intacta, vital.

Sus rasgos eran casi los mismos.

Pero su cabello había perdido el color.

El contraste era impresionante, no solo por sus rasgos bien conservados, sino por otra razón que tiene que ver con la vanidad humana.

Muchos prefieren ocultar sus canas cuando ya no les es posible disimularlas.

Él, en cambio, las mostraba con un orgullo que me chocó porque desvelaba mi propia debilidad: uso fijador de cabello o gomina para disimular las mías.

En esa oportunidad me contó que vivía en un pueblo vecino al nuestro y que seguía dedicado a la música.

Creo que quedamos en vernos, ya no lo sé.

Como los intentos de amistad pueden ser siempre inmensos, pero no mayores que la rutina y la desidia diarias, nos volvimos a perder de vista.

Entonces, apenas hace dos semanas, asisto a una velada literaria en Ehrenfeld y me encuentro con su hermano Lorenzo.

-¿Qué es del Águila? –le pregunté.

-Tenemos un concierto en Pulheim dentro de dos semanas -me informó él.

-Me apunto.

Y de ese concierto acabo de llegar.

Leo lo siguiente en una entrevista que acabo de encontrar en la Red.

“Creo que ha habido tiempos que nos ha ido muy bien con giras y actuaciones en importantes teatros, en TV y radio y renombrados festivales, pero también hemos vivido momentos de zozobra existencial y musical”.

Vuelvo a reír por lo que a mí me parece una coincidencia.

He mencionado al comienzo de estas líneas la sensación de haber vivido varias vidas despertada por su música, y con sus palabras se refiere a lo mismo: a la multiplicidad de nuestras existencias.

Al final de este concierto de Pulheim, el entusiasmo y el aplauso del público obligó al grupo a regresar al escenario un par de veces por un bis.

Las composiciones de Rodrigo tienen la frescura machadiana del trovador que sabe que no hay camino, que se hace camino al cantar.

Su arte me ha hecho recordar que la música tiene más poderes que el simple poder comercial y que la música elaborada y escuchada con perfecta atención desenhebra y toca muchas más fibras que la música decorativa o pensada para el consumo rápido.

Rodrigo y Lorenzo habían actuado esta vez exclusivamente con sus hijos (dos por cabeza, cuatro en total) y el público lo supo apreciar con largos minutos de aplauso final. De pie.

A mí me había gustado especialmente una canción, Jacarandá.

A la salida, me crucé con su hermano Lorenzo –la segunda cabeza del grupo- y nos saludamos efusivamente como siempre.

Para variar, no me atreví a acercarme a saludar a Rodrigo entre tanta gente esperando para hacerlo.

(Ya nos encontraremos y nos volveremos a ver un día de estos en algún supermercado de las cercanías.)

Llegando a casa, he escrito estas líneas mientras escuchaba la canción que sirve como presentación de su portal digital:

Jacarandá.

Vaya coincidencia, la misma canción que no me había atrevido a pedir como bis.

La próxima vez que lo vea se lo contaré.

Le diré que su música me ha ayudado a recuperar la convergencia de mis varias vidas.

$ …..

HjorgeV 08-05-2009

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